Tu serás el Milagro

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"Hay dos maneras de vivir la vida: una como si nada es un milagro, la otra como si todo es un milagro" (Albert Einstein)

jueves, 3 de febrero de 2011

FANTASIA O REALIDAD


EL CENTRO DE LA TELARAÑA

Todos los días alguien quiere destruir al otro premeditadamente. Tal vez sea porque los ideales están en ruinas, aunque no menor es la ruina del lenguaje con que esos ideales han sido expresados. El cambio no es una opción. Quizás lo sea la conciencia. Determinar una zona límite entre lo humano y lo animal, donde el poder no aniquile el futuro de una vida.
¿Hay qué reciclar las imágenes utilizadas y gastadas para cambiarles el significado o habrá que vaciar los contenidos para volver a empezar de cero?
A principios del siglo XX, nadie dejo una marca mas profunda: millones de muertos, ciudades con una economía destruida, aborto del raciocinio y, sobre todo, el exterminio. Nadie provocó mayores horrores ni conmovió con su irracionalidad destructiva, tanto como Adolf Hitler. Aunque éste genocida no parezca poseer ninguna cualidad favorable, la tuvo. Amó a un hombre, lo quiso más que a su servicial esposa, lo admiró mejor que a su propio ego, lo moralizó más que a su raza perfecta y le fue fiel hasta el límite de su seguridad. Sin él, Hitler no hubiese sido quién fue.
Algunos pensaran que el Führer escondía bajo la sombra de sus deseos una cuota de homosexualidad.
El es el único que lo sabe. Lo cierto es que Hitler creyó que su amor era vulnerable y en algún sentido lo fue, a pesar de haberse equivocado de hombre.
Ernst Röhm era un soldado profesional que ayudado por sus antiguos superiores del ejercito, había luchado desde el término de la Primera Guerra Mundial para conservar algo de la fuerza militar, en medio de las ruinas de la derrota de Alemania.
Había ocultado gran cantidad de armas y municiones de contrabando y mantuvo en pie
una federación de pequeñas organizaciones paramilitares de derecha.
Röhm se había convertido en agente de algunas de las personas más poderosas de Alemania. Y aunque sabía que estaba calificado en asuntos militares, se daba cuenta de que su tarea requería un atractivo popular del que carecía por completo. Para conseguir el éxito político necesitaba a un hombre de fachada que pudiera atraer a las masas, mientras los soldados realizaban el verdadero trabajo. Ernst había identificado a ese hombre en Adolf Hitler, el apasionado líder del “insignificante” partido nazi. Ernst Röhm era un homosexual abiertamente promiscuo que usaba su posición de poder para reclutar a hombres de diferentes edades y lograr así condimentar sus excursiones nocturnas al libertinaje.

En enero de 1925, éste echo le implicó un escabroso escándalo que lo convirtió en objeto de desprecio general, salvo para Hitler. Este le recomendó que viajara por un tiempo para poder calmar los ánimos de los integrantes de partido. Ernst obedeció y marchó a Bolivia. Cuatro años antes de su partida, Röhm había organizado una pandilla de rufianes para mantener el orden en las reuniones de partido y proteger a su líder, su amigo, su hermano y su rey. Este cuerpo auxiliar de camisas pardas, las STUR MABTEILUNG (SA) o tropas de asalto, se lazaban a la ofensiva contra todos los partidos políticos interrumpiendo violentamente su labor.

Con la renuncia de Röhm, Hitler había perdido a su principal respaldo incondicional, a su amigo, a su hermano, a su rey. Adolf necesitaba una fuerza de seguridad propia, de confianza y a pesar de apoyar las decisiones de su mentor, creía necesario eliminar a la escandalosa S A.
Usando un grupo de antiguos guardaespaldas personales creo las SCHUTZ STAFFEL o SS. El lema que utilizaban era “la lealtad es más importante que el numero de miembros”
En 1929 nombró a Heinrich Himmler comandante nacional de las SS. Himmler consideraba que estaba “sentado en los cimientos de una raza dominante cuyo destino era asumir todos los poderes del estado alemán y luego del mundo.” Sin embargo la autoridad general todavía residía en las SA. Una cuestión que lo irritaba mucho.

EL GEN DE LA MALDAD

El creciente endeudamiento y la enardecida expansión de los años 20 habían dado paso a una profunda depresión mundial y a la agonía de la masa desempleada. Más de un millón de alemanes estaban sin trabajo en 1929 y un año mas tarde el número ascendía a tres millones. Esta inquietud proporcionaría un campo fértil para la política de miedo nazi.
Pero a medida que ascendía el miedo, los nazis descubrieron que no eran inmunes a él. En 1930 los miembros de las SA eran entre 60.000 y 100.000 tropas de asalto que deseaban más dinero y más poder, algo que Hitler no estaba dispuesto a darle a nadie. En una disputa, las camisas pardas llegaron a atacar el cuartel general nazi en Berlín. El Führer, furioso, tomó el mando de las SA y en enero de 1931 llamó a su antiguo comandante, Ernst Röhm, para que actuara como jefe del Estado mayor.
Himmler se enfureció y en el silencio de sus palpitaciones empezó a cobijar el odio que traicionaría sus ideales, tan sólo por unas migajas de poder.
Con la ayuda de los camisas pardas, en 1930, Hitler fue elegido canciller por el Presidente Alemán Himdenburg, quién tres años más tarde fallecía cediéndole la Presidencia del Reich (Reino), a Adolf y por si quedaba alguna duda, fue confirmado líder por los votos de una intensa mayoría. Nadie puede negar que fue elegido democráticamente.
Su política se orientó a rearmar a la nación: implantó el servicio militar obligatorio, una educación estricta que promoviera la fidelidad y un constante discurso sentencioso para exterminar a aquellos que carecían de perfección racial, según los cánones alemanes.
Mientras las SA seguían siendo incontrolables, los hombres de camisa negra de la SS estaban soberbiamente disciplinados.
Ernst Röhm organizaba desfiles y enormes manifestaciones junto a sus tropas de asalto
Sin hacer ningún intento por ocultar o mitigar sus relaciones homosexuales. Himmler, por su parte, construía la senda por donde transitaría la temeraria perdida de aquella moralidad indisoluble, que acabaría con el líder de la SA, pero por sobre todo, con el dueño del corazón del Führer.
Había que tomar una posición determinante. Limpiar el campo de competidores. Para lograrlo, Himmler mandó a un soldado en busca de pruebas incriminatorias contra Röhm y los demás líderes de la SA. A pesar de no hallarlas, preparó a sus hombres para que lucharan en contra de las tropas de asalto. Hitler era incapaz de decidir que hacer con los camisas pardas, que estaban cada vez más descontrolados y esto dañaba el eterno espejar del movimiento nazi. Röhm era su más antiguo y cercano amigo. El único con el que usaba la forma familiar de tratamiento “du.” El entorno presionaba al Führer: Ernst debía ser fusilado.
Sin embargo una mano invisible frenaba a Adolf como si sospechara que su camarada era inocente.
La paciencia de Himmler desbordó el postre donde estaba apoyado el fresón más temeroso de la SS. Junto a la Gestapo montó una campaña para justificar el golpe de las SS hacia las SA. Produjo una serie de pruebas falsificadas que acusaban a Röhm de complotar, con sus hombres, para derrocar a Hitler. Todo fue encarpetado y presentado al führer.
El 28 de junio de 1934, Himmler aligeró el destino de sus superiores: el de Adolf y por sobre todo, el de Ernst. Desde Berlín, empezó a telefonearle a Hitler con supuestas noticias cada vez más alarmantes de la inminencia de un golpe por parte de Röhm. A primera hora del 29 de junio, el Führer voló hasta Munich, donde Röhm descansaba junto a varios principales en un balneario. Hitler entró a la habitación de Ernst con un escolta de detectives de la policía y con una pistola en la mano acusó a su amigo de traición. Mientras el desconcertado Röhm se vestía, Adolf despertó a otros dos oficiales de la SA que se encontraban en el mismo cuarto y ordenó que los tres fueran trasladados a la cárcel.

El golpe a la SA, junto al de una larga lista de otros “enemigos,” llego a ser conocida como la noche de los cuchillos largos, duró más de dos días y arrebató 200 vidas. Sin embargo había una indescifrable razón que le impedía al Führer decidir el destino de Röhm y le informó a un oficial que la vida de su camarada sería perdonada.
La duda que surge es ¿Por qué Hitler estaba dispuesto a perdonar a un supuesto traidor cuando ni siquiera era capaz de tolerar un error gramatical? ¿Cómo puede el hombre mas tenebroso de la historia accionar una conducta que iba en contra de sus principios, ideales y educación?
Sabemos que el amor ablanda el corazón mas frió. Pero… ¿habrá sido eso o la causa estará ligada a la lealtad? No lo se, la respuesta tal vez esté en la sabia conciencia de cada uno.
La decisión del Führer no fue aceptada por todos, Himmler estaba desesperado, furioso, desconcertado. Había llegado hasta el límite de lo intolerable y aun así Röhm no desaparecía. No tenía reparo en ocuparse personalmente del asesinato de Ernst, si era necesario. Incluso creía que era el único camino posible, hasta que, en medio de su confusión de ideas y sensaciones una convicción apareció en su mente. Usar la misma técnica que el Führer, persuadir a través de sus gestos faciales y de sus palabras.
Sin darse cuenta, Hitler se vió envuelto en su propia telaraña, no se percató de que en ese momento, él ya no era el dueño del centro porque había una araña más rápida, más inteligente y motivada por un sentimiento opuesto al suyo. Tampoco pensó que el veneno de ese aragnoide contaminaría hasta el más ínfimo músculo de su espíritu.
La formula funcionó, Hitler terminó ordenando que fusilen a Röhm.
Dos hombres de la SS le dispararon dos veces a quemarropa y Ernst, desde la penumbra de su celda, cayó gruñendo “mi Führer, mi Führer.”
No se si esta decisión habrá maltratado la conciencia de Hitler hasta el día de su muerte. Lo cierto es que su paso por la vida sigue causando miedo, sorpresa, devoción y llanto. Aún cuando todos los libros del mundo desaparezcan, eterno será al palpitar de cada historia que lo nombre, porque lo que algunas veces parece darle vida es la gota de aire que se desprende de los labios, es decir la palabra.

Heit Estefanía

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